"La prosperidad y el bienestar de un país se pueden medir de diversas maneras.
Para ello existen índices de inflación, crecimiento económico, ocupación laboral, grado de alfabetización y la lista podría seguir.
Me gustaría agregar uno: el índice de respeto a la vida humana.
Cuando una ministra de Seguridad aparece más preocupada por el destino de los carpinchos (causa muy noble para un ambientalista) y no manifiesta preocupación por el grado de inseguridad que lleva a una muerte por un celular o un par de zapatillas.
Cuando una ministra de Salud no se hace cargo de las fallas en la distribución de vacunas y nos habla confusamente de millones de vacunas en tránsito.
Cuando la Justicia no es rígida frente a tantos accidentes mortales provocados por gente alcoholizada, drogada o simplemente enfurecida por una discusión de tránsito, pero sí condena al policía que defiende a un turista atacado a puñaladas o inicia causas penales a gente que actúa frente al delito en defensa propia.
En síntesis, cuando el criterio para la valoración de la vida es selectivo e ideologizado y no responde a un valor supremo que es la vida misma, las posibilidades de futuro son limitadas.
Hay algo indiscutible, y por eso a tantos funcionarios preocupados por cuestiones de género o uso del lenguaje inclusivo yo les digo: la palabra muerte termina en “e” y aunque es femenina abarca a todas las víctimas de tanta injusticia."
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