En un reciente incidente publicado por INFOBAE, en el cual se detuvo a una persona en en Villa Urquiza por parte de la Policía de la Ciudad, se ha generado revuelo en los círculos intelectuales y defensores de las libertades individuales, se ha puesto de manifiesto la preocupante tendencia de considerar la posesión de libros como algo sospechoso, incluso criminal. El caso, actualmente en manos del Juzgado Penal, Contravencional y de Faltas N°26, junto con la intervención del fiscal Federico Tropea, ha desatado un debate sobre los límites de la persecución por bibliografía y los paralelismos inquietantes con regímenes autoritarios del pasado.
Según la información proporcionada por fuentes oficiales, el procedimiento policial culminó con el secuestro de varios libros, un disco duro y otros elementos, tras una investigación impulsada, entre otros, por el político Waldo Wolff. Entre los libros confiscados se encontraban obras que abordaban temas tan diversos como la inteligencia, el nazismo, el atentado a la AMIA y la figura del expresidente Macri y su familia.
Lo que debería ser un acto rutinario de investigación policial ha desatado una ola de preocupación y críticas, y con razón. La persecución por la posesión de libros nos remonta a los tiempos más oscuros de la historia, donde regímenes totalitarios como el descrito en "Fahrenheit 451" de Ray Bradbury o en "1984" de George Orwell utilizaban la censura y la quema de libros como herramientas de control ideológico.
El hecho de que en pleno siglo XXI se esté contemplando la tenencia de libros como un posible delito es profundamente alarmante. Los libros son vehículos del conocimiento, herramientas para el pensamiento crítico y la reflexión, no deberían ser objeto de sospecha o criminalización. La diversidad de opiniones y perspectivas que ofrecen los libros es esencial para el desarrollo de una sociedad libre y democrática.
Además, la selección de los libros confiscados en este caso plantea interrogantes sobre la verdadera naturaleza de la investigación. ¿Es legítimo considerar la lectura sobre el nazismo como indicio de simpatía con esta ideología? ¿O el interés por la historia reciente de Argentina, incluyendo el atentado a la AMIA y la gestión de un expresidente, debe ser motivo de sospecha?
Es fundamental recordar que la persecución por la tenencia de libros no es un fenómeno nuevo. A lo largo de la historia, hemos sido testigos de episodios donde se han quemado libros y se ha perseguido a quienes los poseían. Desde la quema de libros durante la Inquisición hasta la censura cultural en regímenes totalitarios del siglo XX, la historia nos enseña las peligrosas consecuencias de la intolerancia intelectual.
En lugar de criminalizar la tenencia de libros, deberíamos promover el acceso a la educación y la diversidad de ideas. Los libros no son armas de destrucción, sino herramientas de construcción de un pensamiento crítico y una sociedad más justa. La persecución por la bibliografía nos recuerda que la vigilancia excesiva y la restricción de las libertades individuales son el camino hacia la opresión y la tiranía.
A su vez es extremadamente preocupante que los medios muestren imágenes de las personas sospechosas sin juicios, y más para contravenciones, generando un daño irremediable.
Es responsabilidad de todos defender el derecho fundamental a leer y pensar libremente. La tenencia de libros no debería ser motivo de temor, sino de celebración. En un mundo donde la información es poder, debemos resistir cualquier intento de limitar nuestro acceso al conocimiento. La lucha por la libertad intelectual es una batalla que debemos librar con firmeza y determinación.
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